jueves, 11 de noviembre de 2010

Mezcala, isla de la resistencia


Boletín INAH :: Luis Frías :: 26 Octubre 2010

“Matarlos de hambre”. Como estaban en una isla rodeada de agua, para acabarlos bastaba con cerrarles el acceso a los víveres. Era la mejor estrategia, y así se hizo. Los realistas aplicaron el fulminante método de prender fuego a todo sembradío y casucha de la ribera del lago, para impedirles obtener alimentos. Efectivamente, de nada sirvió a los insurgentes todo el sigilo nocturno para salir en busca de víveres. Siempre volvían con las manos vacías. A poco, la falta de alimentos, medicinas, jabón, acabó siendo un éxito para los realistas: una epidemia de tifo obligó a los insurgentes capitular y entregar las armas.


Cuando en 1816 ocurre la capitulación, los insurgentes llevaban cuatro años, desde 1812, ocupando Isla de Mezcala, allí en Lago de Chapala. Desde el Fuerte que construyeron habían logrado salir victoriosos de decenas de encontronazos con el ejército realista que, enviado desde la intendencia de Guadalajara, tenía una base militar con mil 200 hombres en Tlachichilco, pueblo de la ribera cercano a la isla.

Situada en el lago más grande del país, entre Jalisco y Michoacán, en Mezcala un grupo de insurgentes, perseguidos tras la batalla de Puente de Calderón el 17 de enero de 1811 (donde Hidalgo, Allende, Aldama y Abasolo son derrotados por Félix María Calleja), había edificado una fortificación que en ningún momento pudo doblegar el gobierno español de Nueva Galicia —hoy Jalisco y Nayarit.

Decenas de veces, los líderes insurgentes José Antonio Torres y Encarnación Rosas, junto con otros 900 rebeldes, resistieron los embates de los soldados realistas enviados a la isla por el intendente de Guadalajara, José de la Cruz, famoso por sus formas sanguinarias para acallar cualquier levantamiento.

Es famosa la manera cómo (según relaciones de los insurgentes Joseph Marco Castellanos y José Santa Ana) los rebeldes se hicieron de la isla e iniciaron la construcción de este Fuerte que hoy puede ser visitado y a mediano plazo se planea convertir en Museo de Sitio de la Resistencia, gracias a la colaboración entre el Gobierno del Estado de Jalisco y el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).

Todo comenzó, según los testimonios de ambos insurgentes, cuando en octubre de 1812 Encarnación Rosas y su gente, al recibir en la isla al capitán realista Vicente Íñiguez con una lluvia de piedras, lo obligaron a huir. En venganza el comandante de la barca, José Antonio Serratos, ataca el pueblo de San Pedro Itzicán y al huir los indígenas, los soldados realistas prenden fuego a las casas. Ante tal exceso, los indígenas regresan y destrozan el vivaque de Serratos, quien tiene que salir del lugar rápidamente.

A los tres días, Rosas y los soldados rebeldes se dirigen al pueblo cercano de Poncitlán sin más auxilio que sus ondas y palos, y triunfan nuevamente: se hacen de armas y municipios pero, ante la amenaza de que serían atacados por los españoles se retiran a la isla donde inician a construir este baluarte que da fama a la isla.

Mezcala, que en la actualidad la gente de la ribera explota sembrando chayote y ciruelas, además de pescar bagre, carpa y tilapia, no está cerrada a los visitantes. Saliendo de Guadalajara, se toma la carretera hacia Chapala, donde está la desviación para Poncitlán, municipio ribereño del lago. De ahí salen lanchas que los pobladores rentan para llevar al visitante hasta la isla.

Durante el periodo de la ocupación insurgente, se convirtió poco a poco en una pequeña población. Hace un lustro comenzaron los trabajos de rescate en el lugar. Así, bajo toneladas de tierra que se acumularon con el tiempo han salido a la luz los restos constructivos de la Fortificación insurgente.

Ignacio Gómez Arreola, arquitecto del Centro INAH-Jalisco, en un recorrido por el lugar explica que los montones de piedras que acumulados a la orilla de la isla reciben al visitante, son restos de las tres gruesas murallas construidas al calor de las batallas para resistir los ataques de los soldados realistas.

Al recorrer el sitio, se pueden encontrar restos de gruesas tapias, hechas a base de piedras acomodadas unas sobre otras, que constituyeron las tenerías, graneros, obrajes, corrales, así como las galerías dormitorio para los soldados, las cocinas y, fundamentalmente, los pasos de ronda donde los insurgentes vigilaban lo que sucedía en lontananza.

Ocurrieron, durante esta ocupación insurgente, fabulosas batallas como esa donde el teniente coronel realista Ángel Linares, en febrero de 1813, tratando de someter Mezcala a bordo de 7 canoas pequeñas y una grande, fue vencido en cuestión de instantes por los indios fortificados.

¡Unos indígenas maltrechos aplastando a capacitados soldados españoles!

Esta derrota, que se sumaba a las de San Pedro Itzicán y Poncitlán, hizo que Don José de la Cruz, quien en una misiva da cuenta del desastre al virrey Félix María Calleja, decidiera instalar en Tlachichilco, casi frente a la isla, un campo de mil 200 hombres, dotados de armas y embarcaciones traídas del cercano puerto de San Blas —hoy Nayarit. Se llamó Fuerte de San Roque. El gobierno virreinal reconocía implícitamente que enfrentar a fortificados de Mezcala era una cuestión verdaderamente seria.

Gómez Arreola, al recorrer los restos de la inexpugnable fortificación, explica que desde hace cinco años, con los trabajos de exploración se retiraron tierra y hierbas que cubrían parte de las 24 hectáreas del lugar. Aparecieron así, de una época anterior a la insurgente, bordes “engargolados” y navajas prismáticas, que datan del 200 d.C. al 1350 d.C., de la época prehispánica.

También, a la par de las construcciones insurgentes, del periodo Clásico prehispánico se fueron encontrando piezas cerámicas, ubicadas al sur de la isla, que se asocian a la tradición “Teuchitlán”. Así mismo, evidencias del Preclásico, que van del 800 a.C. al 100 d.C., como puntas de obsidiana con base, ligadas a la época “Tumbas de tiro”, propias de las culturas occidentales, lo cual representa la ocupación prehispánica más antigua del lugar.

Gómez Arreola, caminando más adelante por el sitio, explica que la principal construcción de la isla, que se mantiene perfectamente de pie, es el resultado de la capitulación insurgente.

El intendente José de la Cruz, tras una aparatosa derrota en junio de 1813 —donde murieron 200 soldados, incluido el capitán naval Felipe García, y perdió dos dedos de la mano izquierda el general Celestino Negrete—, tomó la decisión de cambiar de estrategia para vencer a los insurgentes.

De la Cruz, cuyo prestigio militar y político estaba en riesgo, decidió minar el método de abastecimiento de los insurgentes. E hizo quemar todos los pueblos y sembradíos a lo largo del Lago de Chapala. Fue el éxito definitivo de los realistas. Sin otro punto de resistencia de la región, De la Cruz reforzó con 8 mil hombres la vigilancia de la Mezcala para intensificar el aislamiento. Así, para 1816 aislados y sin alimentos, una epidemia de tifo acabó de minar a los isleños.

Y ante el indulto ofrecido por un De la Cruz que se había trasladado a Tlachichilco, los líderes insurgentes Torres, Rosas, Castellanos y Santa Ana, viendo que la situación era insostenible, deciden capitular y regresan pacíficamente a sus pueblos, firmando una capitulación donde se establece con claridad que no fueron derrotados sino que por negociación entregaron las armas.

Hasta el momento, la rehabilitación de Mezcala, cuya fortificación es de las mejor conservadas en el país, incluye cuadrillas de trabajadores que despejan de vegetación el sitio; a la vez, el Gobierno de Jalisco a través de un equipo de restauradores, pone al día la construcción más visible de la isla, que corresponde a su última etapa de vida útil.

Fue construida, ésta última etapa, tras la capitulación insurgente. Hacia 1817, para que la insurgencia no retomara la isla, De la Cruz hizo construir una nueva fortificación que, con apego a la arquitectura militar de entonces, incluye foso, puentes levadizos, troneras, plaza, taludes, campos de tiro, entre otros elementos que se usaron en sólo 15 construcciones de este tipo en México; a la par, se edificó un presidio usado hasta el 25 de junio de 1855. Es la construcción más impresionante, mejor conservada, de este Fuerte.

Aunque se proyecta hacer de toda la isla un Museo, el especialista del Centro INAH-Jalisco, respecto del fuerte construido tras la capitulación insurgente, precisó que la celda del alcaide, cocinas, galerías de soldados y bodegas, así como el patio central, se pretenden convertir en salas de exposición permanente para albergar objetos de las tres etapas de la ínsula: prehispánica, colonial insurgente y, en el México independiente, como presidio.

Para el Centro INAH-Jalisco, uno de los proyectos más importantes es la concreción del Museo de Sitio de la Resistencia, que pese a ser clausurado en 1855, existe un decreto del gobernador Francisco Tolentino, del 27 de septiembre de 1873, que ordena usarlo como penal juvenil, pero el decreto nunca se aplicó.

Gómez Arreola, al mencionar que se trata de un lugar ignoto para muchos mexicanos pero central en la gesta independentista además de que preserva sus construcciones en buenas condiciones, subrayó la colaboración entre INAH y Gobierno de Jalisco para abrir este sitio al público.

Imposible salir de Mezcala, imposible subir a la lancha de regreso a tierra firme, sin llevarse una profunda impresión de las etapas históricas condensadas en este pedazo de tierra, una isla cuya principal característica, desde los tiempos prehispánicos y hasta la etapa contemporánea, es la resistencia de sus ocupantes.

Isla Mezcala

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