viernes, 26 de agosto de 2011

Labradores de obsidiana un oficio prehispánico vivo

Abida Ventura :: 08 de agosto de 2011 :: El Universal

El ruido de la máquina de cortar es estridente. El olor a diesel y aceite tampoco es agradable. Pero para el artesano Catarino Disciplina es un ambiente común, con el que ha trabajado todos los días desde hace más de 14 años.

Cortar las enormes piedras negras de obsidiana, que después pulirá y convertirá en figuras, es un trabajo que requiere de habilidad y destreza: “hay que saber cómo colocar la piedra, pues hay que tomar en cuenta el diseño que se va hacer”, explica Catarino, mientras trabaja en el taller de una de las cooperativas artesanales de San Martín de las Pirámides, uno de los municipios del estado de México que concentra el mayor número de artesanos que trabajan con este vidrio volcánico.

Catarino y sus compañeros de la cooperativa Itz-Yollotzin, que forman 42 familias, ven en la producción de objetos de obsidiana la base de su economía familiar. Pero al igual que cualquiera de los artesanos en el país, tienen que enfrentarse a la falta de apoyos, a la falta de difusión de su trabajo y a los intermediarios que malbaratan su trabajo.

Después de cortar las enormes piedras, Catarino comenzará a darles forma. Máscaras, réplicas de la figurilla del contorsionista olmeca, de la famosa vasija de obsidiana con forma de mono -cuyo acabado ha sido imposible de igualar-, del Ángel de la Independencia, así como representaciones del Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, son algunos de los diseños sobre los que Catarino y sus compañeros trabajan.

“Los diseños vienen de los libros de historia, pero también de la imaginación”, dice Hugo Muñoz, encargado de la tienda de artesanías de la cooperativa. Grandes, pequeñas, sencillas, complejas, todas se exhiben en la tienda.

Cada pieza requiere dedicación y paciencia. Por ejemplo, una representación del Popocatépetl y el Iztaccíhuatl, de unos 50 centímetros y con incrustaciones de pedrería, es terminada en tres meses. En cambio, una máscara de grandes dimensiones, con un tocado de incrustaciones de piedra y diversos detalles, podría tardar hasta 10 meses.

Los costos de algunas piezas podrían parecer muy elevados, pero según Muñoz, lo que se paga es el trabajo y dedicación con que se hace cada pieza, pues algunos diseños requieren de un cuidadoso trabajo de incrustación de materiales como jade, jadeíta, turquesa, conchas de abulón, ojo de tigre y plata.

Tras el proceso de incrustación de piedras y el acabado de trazos, la pieza tendrá que pasar por un proceso final: el pulido, que dará el toque final a cada una de estas esculturas y objetos, que los turistas nacionales y extranjeros adquirirán como souvenirs.

En el corazón del oro negro

Pero el proceso de elaboración de estas piezas no sería posible sin aquella persona que extrae de las entrañas de la tierra este material lítico.

La extracción de ese vidrio volcánico, cuya explotación, distribución y utilización fue fundamental en las actividades económicas de los teotihuacanos, se sigue realizando en algunas partes del Estado de México e Hidalgo.

Pero es el Cerro de las Navajas el que se considera uno de los principales yacimientos de obsidiana que fue explotado y controlado durante la época prehispánica, por los teotihuacanos, toltecas y aztecas. Así lo demuestran los restos de habitaciones o campamentos que yacen entre el bosque de coníferas del cerro ubicado en la comunidad El Nopalillo, en Epazoyucan, Hidalgo.

La obsidiana, por sus cualidades físicas, estaba presente en varios ámbitos de la cultura prehispánica del centro y el occidente, como en la vida doméstica, la agricultura, las artesanías, el comercio, la guerra y la religión.

“Con esta mina llevamos trabajando tres años”, dice el minero Juan Palcastre Ramírez, mientras nos conduce por un túnel de casi 100 metros de largo, de donde, junto con sus hermanos, extrae toneladas de piedras de obsidiana.

“Yo llevo trabajando en esto desde hace 25 años; desde que tengo memoria se han trabajado estas minas; mis padres trabajaron en la extracción; de ellos aprendí el oficio”, cuenta Juan.

Los 700 pesos mensuales que los hermanos Palcastre Ramírez pagan al ejido por la explotación de esta mina de obsidiana dorada, deben recuperarse de la tonelada de piedras que cada semana venden en los talleres de San Martín de las Pirámides y San Juan Teotihuacán, en el estado de México.

Los artesanos de la obsidiana saben que este oficio es una herencia de sus antepasados y buscan preservarlo. Sin embargo, la falta de oportunidades y de apoyo, lo convierten en un oficio poco redituable. “Yo amo mi trabajo y sé que es una gran tradición, pero no me gustaría que mis hijos se dedicaran a lo mismo, trabajamos duro para que salgan adelante”, dice Juan, quien asegura que su anhelo es que sus hijos estudien una carrera universitaria.

Desde la entrada al Cerro de las Navajas, ahora convertido en centro ecoturístico, se aprecia el brillo de los montículos creados con los desechos de este vidrio que tanto llamó la atención de los teotihuacanos, toltecas y aztecas. Tal como hoy llama la atención de cualquiera. Esos montículos no dejarán de brillar en medio de ese bosque de coníferas, pero ¿cuánto más se preservará el trabajo de quienes la labran?

Itz-Yollotzin

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