Boletín INAH :: Luis Frías ::  26 Octubre 2010
“Matarlos de hambre”. Como estaban en una isla rodeada de agua, para  acabarlos bastaba con cerrarles el acceso a los víveres. Era la mejor  estrategia, y así se hizo. Los realistas aplicaron el fulminante método  de prender fuego a todo sembradío y casucha de la ribera del lago, para  impedirles obtener alimentos. Efectivamente, de nada sirvió a los  insurgentes todo el sigilo nocturno para salir en busca de víveres.  Siempre volvían con las manos vacías. A poco, la falta de alimentos,  medicinas, jabón, acabó siendo un éxito para los realistas: una epidemia  de tifo obligó a los insurgentes capitular y entregar las armas.    
  
 Cuando en 1816 ocurre la capitulación, los insurgentes llevaban cuatro  años, desde 1812, ocupando Isla de Mezcala, allí en Lago de Chapala.  Desde el Fuerte que construyeron habían logrado salir victoriosos de  decenas de encontronazos con el ejército realista que, enviado desde la  intendencia de Guadalajara, tenía una base militar con mil 200 hombres  en Tlachichilco, pueblo de la ribera cercano a la isla.
 
 Situada en el lago más grande del país, entre Jalisco y Michoacán, en  Mezcala un grupo de insurgentes, perseguidos tras la batalla de Puente  de Calderón el 17 de enero de 1811 (donde Hidalgo, Allende, Aldama y  Abasolo son derrotados por Félix María Calleja), había edificado una  fortificación que en ningún momento pudo doblegar el gobierno español de  Nueva Galicia —hoy Jalisco y Nayarit.
 
 Decenas de veces, los líderes insurgentes José Antonio Torres y  Encarnación Rosas, junto con otros 900 rebeldes, resistieron los embates  de los soldados realistas enviados a la isla por el intendente de  Guadalajara, José de la Cruz, famoso por sus formas  sanguinarias para  acallar cualquier levantamiento.
 
 Es  famosa la manera cómo (según relaciones de los insurgentes Joseph Marco  Castellanos y José Santa Ana)  los rebeldes se hicieron de la isla e  iniciaron la construcción de este Fuerte que hoy puede ser visitado y a  mediano plazo se planea convertir en Museo de Sitio de la Resistencia,  gracias a la colaboración entre el Gobierno del Estado de Jalisco y el  Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
 
 Todo comenzó, según los testimonios de ambos insurgentes, cuando en  octubre de 1812 Encarnación Rosas y su gente, al recibir en la isla al  capitán realista Vicente Íñiguez con una lluvia de piedras, lo obligaron  a huir. En venganza el comandante de la barca, José Antonio Serratos,  ataca el pueblo de San Pedro Itzicán y al huir los indígenas, los  soldados realistas prenden fuego a las casas. Ante tal exceso, los  indígenas regresan y destrozan el vivaque de Serratos, quien tiene que  salir del lugar rápidamente.
 
 A los tres días, Rosas y los soldados rebeldes se dirigen al pueblo  cercano de Poncitlán sin más auxilio que sus ondas y palos, y triunfan  nuevamente: se hacen de armas y municipios pero, ante la amenaza de que  serían atacados por los españoles se retiran a la isla donde inician a  construir este baluarte que da fama a la isla.
 
 Mezcala, que en la actualidad la gente de la ribera explota sembrando  chayote y ciruelas, además de pescar bagre, carpa y tilapia, no está  cerrada a los visitantes. Saliendo de Guadalajara, se toma la carretera  hacia Chapala, donde está la desviación para Poncitlán, municipio  ribereño del lago. De ahí salen lanchas que los pobladores rentan para  llevar al visitante hasta la isla.
 
 Durante el periodo de la ocupación insurgente, se convirtió poco a poco  en una pequeña población. Hace un lustro comenzaron los trabajos de  rescate en el lugar. Así, bajo toneladas de tierra que se acumularon con  el tiempo han salido a la luz los restos constructivos de la  Fortificación insurgente.
 
 Ignacio  Gómez Arreola, arquitecto del Centro INAH-Jalisco, en un recorrido por  el lugar explica que los montones de piedras que acumulados a la orilla  de la isla reciben al visitante, son restos de las tres gruesas murallas  construidas al calor de las batallas para resistir los ataques de los  soldados realistas.
 
 Al recorrer el sitio, se pueden encontrar restos de gruesas tapias,  hechas a base de piedras acomodadas unas sobre otras, que constituyeron  las tenerías, graneros, obrajes, corrales, así como las galerías  dormitorio para los soldados, las cocinas y, fundamentalmente, los pasos  de ronda donde los insurgentes vigilaban lo que sucedía en lontananza.
 
 Ocurrieron, durante esta ocupación insurgente, fabulosas batallas como  esa donde el teniente coronel realista Ángel Linares, en febrero de  1813, tratando de someter Mezcala a bordo de 7 canoas pequeñas y una  grande, fue vencido en cuestión de instantes por los indios  fortificados.
 
 ¡Unos indígenas maltrechos aplastando a capacitados soldados españoles!
 
 Esta derrota, que se sumaba a las de San Pedro Itzicán y Poncitlán,  hizo que Don José de la Cruz, quien en una misiva da cuenta del desastre  al virrey Félix María Calleja, decidiera instalar en Tlachichilco, casi  frente a la isla, un campo de mil 200 hombres, dotados de armas y  embarcaciones traídas del cercano puerto de San Blas —hoy Nayarit. Se  llamó Fuerte de San Roque. El gobierno virreinal reconocía  implícitamente que enfrentar a fortificados de Mezcala era una cuestión  verdaderamente seria.
 
 Gómez Arreola, al recorrer los restos de la inexpugnable fortificación,  explica que desde hace cinco años, con los trabajos de exploración se  retiraron tierra y hierbas que cubrían parte de las 24 hectáreas del  lugar. Aparecieron así, de una época anterior a la insurgente, bordes  “engargolados” y navajas prismáticas, que datan del 200 d.C. al 1350  d.C., de la época prehispánica.
 
 También,  a la par de las construcciones insurgentes, del periodo Clásico  prehispánico se fueron encontrando piezas cerámicas, ubicadas al sur de  la isla, que se asocian a la tradición “Teuchitlán”. Así mismo,  evidencias del Preclásico, que van del 800 a.C. al 100 d.C., como puntas  de obsidiana con base, ligadas a la época “Tumbas de tiro”, propias de  las culturas occidentales, lo cual representa la ocupación prehispánica  más antigua del lugar.
 
 Gómez Arreola, caminando más adelante por el sitio, explica que la  principal construcción de la isla, que se mantiene perfectamente de pie,  es el resultado de la capitulación insurgente.
 
 El intendente José de la Cruz, tras una aparatosa derrota en junio de  1813 —donde murieron 200 soldados, incluido el capitán naval Felipe  García, y perdió dos dedos de la mano izquierda el general Celestino  Negrete—, tomó la decisión de cambiar de estrategia para vencer a los  insurgentes.
 
 De la Cruz, cuyo prestigio militar y político estaba en riesgo, decidió  minar el método de abastecimiento de los insurgentes. E hizo quemar  todos los pueblos y sembradíos a lo largo del Lago de Chapala. Fue el  éxito definitivo de los realistas. Sin otro punto de resistencia de la  región, De la Cruz reforzó con 8 mil hombres la vigilancia de la Mezcala  para intensificar el aislamiento. Así, para 1816 aislados y sin  alimentos, una epidemia de tifo acabó de minar a los isleños.
 
 Y ante el indulto ofrecido por un De la Cruz que se había trasladado a  Tlachichilco, los líderes insurgentes Torres, Rosas, Castellanos y Santa  Ana, viendo que la situación era insostenible, deciden capitular y  regresan pacíficamente a sus pueblos, firmando una capitulación donde se  establece con claridad que no fueron derrotados sino que por  negociación entregaron las armas.
 
 Hasta el momento, la rehabilitación de Mezcala, cuya fortificación es  de las mejor conservadas en el país, incluye cuadrillas de trabajadores  que despejan de vegetación el sitio; a la vez, el Gobierno de Jalisco a  través de un equipo de restauradores, pone al día la construcción más  visible de la isla, que corresponde a su última etapa de vida útil.
 
 Fue  construida, ésta última etapa, tras la capitulación insurgente. Hacia  1817, para que la insurgencia no retomara la isla, De la Cruz hizo  construir una nueva fortificación que, con apego a la arquitectura  militar de entonces, incluye foso, puentes levadizos, troneras, plaza,  taludes, campos de tiro, entre otros elementos que se usaron en sólo 15  construcciones de este tipo en México; a la par, se edificó un presidio  usado hasta el 25 de junio de 1855. Es la construcción más  impresionante, mejor conservada, de este Fuerte.
 
 Aunque se proyecta hacer de toda la isla un Museo, el especialista del  Centro INAH-Jalisco, respecto del fuerte construido tras la capitulación  insurgente, precisó que la celda del alcaide, cocinas, galerías de  soldados y bodegas, así como el patio central, se pretenden convertir en  salas de exposición permanente para albergar objetos de las tres etapas  de la ínsula: prehispánica, colonial insurgente y, en el México  independiente, como presidio.
 
 Para el Centro INAH-Jalisco, uno de los proyectos más importantes es la  concreción del Museo de Sitio de la Resistencia, que pese a ser  clausurado en 1855, existe un decreto del gobernador  Francisco  Tolentino, del 27 de septiembre de 1873, que ordena usarlo como penal  juvenil, pero el decreto nunca se aplicó.
 
 Gómez Arreola, al mencionar que se trata de un lugar ignoto para muchos  mexicanos pero central en la gesta independentista además de que  preserva sus construcciones en buenas condiciones, subrayó la  colaboración entre INAH y Gobierno de Jalisco para abrir este sitio al  público.
 
 Imposible salir de Mezcala, imposible subir a la lancha de regreso a  tierra firme, sin llevarse una profunda impresión de las etapas  históricas condensadas en este pedazo de tierra, una isla cuya principal  característica, desde los tiempos prehispánicos y hasta la etapa  contemporánea, es la resistencia de sus ocupantes.
Isla Mezcala